Las escasas ocasiones en la que he intentado explicar a algún amigo porque la experiencia de ser padre merece sin duda la pena, el mejor símil que se me ocurrido hasta el momento, ha sido compararlo con la experiencia vivida por un emprendedor de éxito.
Sin que yo conozca las sensaciones que puedan acompañar a un emprendimiento económicamente provechoso, sí me atrevo a imaginarlo como un salto al vacío, agotador y sacrificado, que se convierte en una experiencia apasionante y recompensada.
Si bien los más escépticos con el fenómeno de la paternidad apuntan, no sin razón, que muchas veces la cara de los padres durante los primeros meses de vida de un niño no expresa precisamente plenitud, quien lo haya vivido en primera persona sabe, que cuando uno comparte un momento de felicidad con su pequeño, en ese instante, todo lo sufrido y lo sacrificado, pasa a un segundo plano y una intensa sensación te remueve muy adentro.
Al igual que muy poca gente reniega de un proyecto empresarial que le haya hecho rico y orgulloso, ningún padre en el fondo se arrepiente de haberse aventurado en esta difícil misión que si bien es básica y animal, nos hace más completos y humanos.

