¡Qué simpático es mi hijo! ¡Qué bueno es! aunque son etiquetas positivas no dejan de ser etiquetas, que no son otra cosa que transmitirles la imagen que nosotros tenemos de ellos y no al contrario y actúan como un corsé para los niños.
También usamos otras como «granuja, trasto…» tenemos que tener en cuenta que cuanto más pequeños, más nos estructura la mirada del otro. Sobre todo si proviene de esas personas cuyos juicios no nos vamos a cuestionar jamás, al menos durante la infancia: los padres.
A nuestros hijos hay que verlos con todas sus capacidades, dificultades, luces y sombras y aceptarlo tal cual es. Y para eso, claro, no sirve la etiqueta, que es como una sentencia. La forma de utilizar el lenguaje es haciendo referencia a las conductas, no a la persona, y escuchando y poniendo palabras a la emoción que hay detrás.
